Pasear por el centro de muchas ciudades españolas refleja la crisis que está atravesando el pequeño comercio. La proliferación de persianas bajadas, de carteles con la mención “se vende”, “se traspasa” o “liquidación por cierre” es la prueba palpable de que el pequeño comercio de proximidad se desangra. En junio de 2024, los trabajadores autónomos dedicados a esta actividad eran cerca de 481.000 personas, unos 7.500 menos que el año anterior. Un decrecimiento que se repite año tras año y que se acelera.
Para explicar esta situación, se citan una ristra de razones como la digitalización, la competencia feroz del comercio electrónico, el nivel de los alquileres, el incremento de los costes laborales, la presión impositiva… El listado de los posibles motivos es abultado y variopinto, y en muchas ocasiones, oculta que el comercio de barrio se ha convertido en una actividad de personas mayores. La mayoría de sus trabajadores tienen más de 55 años, lo que pone el foco sobre las inmensas dificultades a las que se enfrentan para traspasar el negocio llegada la jubilación.
Los jóvenes huyen de esta actividad. Ser comerciante de proximidad no está de moda, como lo recogen todas las encuestas sobre futuro profesional. Nuestros hijos prefieren las nuevas tecnologías, el sector sanitario, ser ingeniero, periodista, deportista o incluso influencer antes que abrazar el oficio de comerciante.
¿Por qué esta desafección? La cuestión siempre me ha intrigado y, a lo largo de mi dilatada vida profesional, he intentado comprender sus entresijos con la ayuda de muchos actores del comercio. Opiniones vertidas durante frecuentes charlas apasionadas, que distan de ser una encuesta objetiva pero que reflejan el sentir de la calle.
Motivos de desafección
En primer lugar, existe la convicción de que la profesión padece una profunda crisis de prestigio social. Un empeoramiento de su imagen como consecuencia de un deterioro de su valoración por parte de la sociedad. En un pasado no muy lejano, se la consideraba un servicio como el que pueden prestar el médico, el farmacéutico, el abogado, el maestro de escuela o el bombero. Esto confería al comerciante de barrio un estatus, una reputación, un reconocimiento importante en la escala de valores de los españoles. Desgraciadamente, esta función se ha visto empañada durante los últimos años por el fuerte auge de otras fórmulas comerciales (grandes superficies, cadenas especializadas, comercio electrónico…) y la revolución digital, con las necesarias adaptaciones del comercio local que no siempre, se han acometido a tiempo y con acierto.
Los Juan Roig, Amancio Ortega o Isidoro Álvarez, y muchos otros como ellos, fueron todos en su día pequeños comerciantes
Otro motivo es probablemente la facilidad con la que se accede a la condición de comerciante. Es una de las raras profesiones cuyo acceso es en general libre, es decir, cuyo ejercicio no exige preparación o título previo ni tampoco una formación continuada. Una libertad que inunda el mercado de comerciantes circunstanciales, que ven en la apertura de una tienda una opción transitoria de ocupación laboral, y que desgraciadamente, carecen de las aptitudes que hoy exige el cliente.
Por otra parte, la ausencia de referentes humanos deja sin duda al sector huérfano de locomotoras sociales, de personas que susciten vocaciones. Es una lástima, porque España es un país con un comercio repleto de historias de éxito. Los Juan Roig, Amancio Ortega o Isidoro Álvarez, y muchos otros como ellos, fueron todos en su día pequeños comerciantes, gente que decidió emprender y cuyos valores y convicciones han catapultado sus proyectos empresariales a los peldaños más altos del sector.
Es mucho más barato, y menos arriesgado, invertir en una 'startup' de comercio electrónico que en la apertura de una pequeña tienda física
En paralelo a la perdida de liderazgo social, las exigencias económicas ligadas a la profesión del pequeño comercio actúan como potentes frenos. Es mucho más barato, y menos arriesgado, invertir en una startup de comercio electrónico que en la apertura de una pequeña tienda física. Por definición, el comercio local exige un inmovilizado que necesita un tiempo largo para su amortización, lo que supone un riesgo significativo en un entorno de mercado cada día más dinámico y volátil. Las consecuencias son unas perspectivas de beneficio más complejas e inciertas, que desaniman a muchos potenciales nuevos empresarios.
Por último, está la denostada complejidad administrativa. Abrir una tienda exige resolver un sudoku legal donde se superponen normas locales, regionales y nacionales Un galimatías cuya complejidad se dispara si el comerciante se dedica a actividades reguladas y decide contratar algún trabajador. A pesar de los anuncios reiterados de simplificación por parte de nuestros responsables políticos, la carrera de obstáculos sigue siendo desalentadora para muchos potenciales empresarios.
Perspectivas esperanzadoras
Frente a todas estas dificultades, surgen varios datos esperanzadores. El 70% de los consumidores españoles dice preferir comprar en tiendas físicas. La tienda de proximidad es el concepto en el que una amplia mayoría deposita su confianza, porque les brinda un trato personalizado, una mejor respuesta a sus gustos y preferencias y, sobre todo, la mejor comodidad de compra. En una sociedad donde la sostenibilidad y la protección medioambiental son cada día más relevantes en la decisión de compra, la proximidad es sin duda una formula con un significativo potencial de crecimiento.
El comercio de proximidad es un pilar estratégico de nuestra economía y de nuestra sociedad. Por el valor añadido que aporta a nuestras ciudades y a sus vecinos, por el papel esencial que desempeña en los servicios de nuestro país. A semejanza de los planes de reconversión que en su día se habilitaron para la agricultura, la siderurgia o la minería, el sector del comercio exige a gritos su plan. Una acción a largo plazo, apolítica, de ámbito nacional, que le aporte los medios económicos, la simplificación administrativa y legal que necesita. Que unifique las múltiples iniciativas y programas existentes, y sustituya los parches por una acción profunda. Y, sobre todo, que le permita recuperar el prestigio social perdido.